lunes, 18 de enero de 2016

LA BODA IMPERIAL DE CARLOS E ISABEL EN SEVILLA

BODA IMPERIAL DE CARLOS E ISABEL EN SEVILLA Carlos V e Isabel de Portugal hubieran estado acosados noche y día por paparazzis buscando una exclusiva. Fue una boda muy especial y un encuentro muy esperado. Al contrario que otros enlaces matrimoniales que se quedan en meros acuerdos políticos, éste enlace fue un amor a primera vista, un “real flechazo”. Tan prendados quedaron el uno del otro que la boda se celebraría sin dilación en la sala de los embajadores o de “la media naranja” de los Reales Alcázares sin esperar a ser casados en la Catedral como era costumbre. Se desposaron el 10 de marzo de 1526 y a las doce de la noche. Los esposos se conocieron dos horas antes de contraer matrimonio en la ciudad puerta de Indias, rica y llena de ambiente comercial y cultural, Sevilla. Pero esta puede ser una versión un poco edulcorada y romántica de la historia. La verdad es que también a Carlos V le interesaba casarse de inmediato por dos razones; la primera era el temor a que el Papa lo excomulgara tras oír que el rey había mandado matar al obispo de Zamora, y la segunda es la inesperada muerte de su hermana Isabel, e igualmente el temor que al hacerse público, se retrasara la boda. La princesa Isabel de Portugal era el mejor partido y a la que Carlos V puso las miras no por su belleza, ya que no conocía, aunque había oído hablar de ella, sino por su dote. Fue en un principio una boda por interés, ya que Carlos V necesitaba la dote de ésta, 900.000 doblas de oro que Juan III de Portugal le pasaba por casarse con su hermana. Este dinero le servía a Carlos V para trasladar a Roma a 6.000 personas de su corte y hacerse coronar emperador.
Isabel era prima hermana del emperador, hija de Manuel “El afortunado”, rey de Portugal e Isabel de Castilla. Cuando se desposó con Carlos, tenía veintitrés años rubia y con una piel sonrosada, ojos azules , frente fina y curva con una melena rubia y abundante, muy femenina si nos seguimos por el retrato que hicieron algunos pintores de esta nórdica belleza como Coello o Tiziano. Entro en Sevilla el 3 de marzo accediendo por la puerta de la Macarena. La ciudad le recibió con sus mejores galas como era tradición en esta ciudad tan leal a sus reyes. El palio que la cubría estaba hecho de palio de oro, perlas, plata y piedras preciosas. Desde la Macarena prosiguió a la Catedral donde se instalarían siete arcos triunfales que simbolizaban virtudes de los futuros soberanos. Igualmente la Catedral estaba lujosamente adornada con joyas y tapices lujosos. Tras el enlace en Sevilla y debido al enorme calor que hacía, la pareja decidió partir a Granada donde pasaron su luna de miel. La ciudad de Granada también se engalanó para festejar tal honor y hubo tantas fiestas que dejaron a la ciudad endeudada en años posteriores.
Pero Granada les sorprendió no sólo a nivel festivo, sino también por el “meneo” que hubo durante la estancia de la joven pareja. El movimiento de tierra aterrorizó a la joven emperatriz y buscó refugio en el Monasterio de San Jerónimo. Granada fue la ciudad en la que pudieron disfrutar en el lecho nupcial, ya que según dicen en Sevilla debido a los lutos por la hermana recién fallecida, durmieron en camas diferentes. Y por las cartas enviadas a su tía Margarita, de los 190 días que allí pasó, disfrutó mucho de las mieles del amor, tanto que abandonaría sus estrictas y austeras costumbres y se levantaba siempre tarde y no sólo dormía. Y según dicen Carlos V dejó de madrugar, se levantaba a las once y, al parecer, no sólo dormía… Disfrutaron de Granada más de lo que esperaron, pero su luna de miel no les llevó sólo allí por lo romántico de la ciudad, también fue a tratar de resolver los problemas causados por la revuelta de los moriscos y la problemática acontecida tras el pacto del rey de Francia Francisco I con el Papa Clemente VII en la Liga Cognac.
Era un matrimonio enamorado y muy fogoso en el lecho conyugal. De los trece años que pasaron juntos, Isabel le dio siete hijos, aunque sólo tres lograra llegar a la madurez. El fallecimiento de Isabel lo hundió en la más profunda tristeza y se retiró a un monasterio de Yuste.