LA INDUSTRIA DE LOS FÓSFOROS. LA
SEVILLA ALUMBRADA DEL SIGLO XIX
Y se hizo la luz en Sevilla…..
Sevilla, al igual que muchas
ciudades en el siglo XIX cambió su aspecto nocturno y vio la luz, gracias a la
creación de fábricas de fósforos. Fue un gran avance si lo pensamos bien, e
hizo que se produjera el cambio de una ciudad apenas iluminada y en penumbra a
una ciudad con luz nocturna que iluminaba hogares y lugares. ¡Un gran cambio
para sus ciudadanos y las condiciones de habitabilidad!”.
Antes de que se produjera este
cambio, en la noche se podía distinguir perfectamente las casas que pertenecían
a los señores y las casas de los pobres y no sólo por su aspecto. Un ciego
andando por la noche podría distinguir si la casa por la que pasaba era humilde
o no sin ver su aspecto, sólo por el olor. Si de la casa salía olor de velas de
sebo, era una casa pobre y si salía olor de bujías de cera, era una casa
acomodada. Las casas más pudientes contaban con luz de las bujías de cera que
eran muy diferentes a las de sebo. Las de sebo eran hechas con el sebo que se
extraía de las mantecas del carnicero por lo que desprendían un olor
nauseabundo, al contrario que las aromáticas bujías de cera que se usaban en
las casas de los ricos.
La cerilla fue un objeto vinculado
a la atmósfera decimonónica de Sevilla del siglo XIX, pues se crearon muchas
fábricas, algunas hoy ya difícil de localizar, que formaban parte del tejido
industrial de esta ciudad “costumbrista”. Además del fósforo también empezaron
a fabricar bujías de estearina, fósforos de vástago largo y demás utensilios
que ayudaban a luchar contra la obscuridad, hoy objetos desaparecidos.
¿Cuál era la luz del pasado en la
noche?
Era una luz diferente, tenue y
delicada, pero la luz variaba según el tipo de cerillas. Existían las cerillas lamparillas, enceradas que se
vendían en cabitos y se fijaban a las lamparitas. Las cerillas
de monja utilizadas para cruzar las grandes estancias de los cenobios.
Los médicos también tenían las
suyas, las de San Cosme que eran
especiales para iluminar las salas de operaciones de los cirujanos y que
producían una luz intensa y blanca. También había cerillas que llevaban un
nombre de estancia “de escalera” y
que precisamente servían para iluminarse mientras subía o bajaba una escalera o
se recorría los largos pasillos de las antiguas viviendas.
Cambia ya la luz y la atmósfera, a
partir de mitad del siglo XIX, ya que el caserío deslumbra con las nuevas
bujías de cera mezcla de esperma de ballena o la famosa estearina que triunfa
por su precio más asequible a los bolsillos y su calidad. Este producto era el
ácido esteárico que cambió las cosas y la situación de muchos hogares de
incomodidad y que describía muy bien Pérez Galdos en una de sus novelas:”luz de vela que rápidamente se consumía
moqueando a goterones el sebo y elevando en medio de la llama un pabilo negro y
pestífero”. Este producto producía una llama más limpia y brillante y con
un olor más neutro y sobre todo más barato que abarató precios y la hizo
asequible a todos los bolsillos.
Las fábricas de fósforos estaban situadas fuera de la ciudad a extramuros
para evitar posibles accidentes que pusieran en peligro la población ya que
eran materiales que podían causar explosiones. Pero también existieron
obradores intramuros parecidos a los que existían en la calle Cuchilleros de Madrid
y Galdós describía de la siguiente forma: “un
taller parecido a los laboratorios de nigromantes o brujos que aparecen en los
laboratorios de nigromantes o brujos que aparecen en las comedias de magias,
con calderos y vasos de extrañas formas,
hornillas, telarañas y una pátina de polvo y mugre sobre paredes y techos…”.
Con tal panorama se comprenden que estas bombas de relojería acabaran
situándose lejos de la ciudad.
Pero afortunadamente, se mejora
con la aparición de las llamadas “cerillas fosfóricas” que sustituirán poco a
poco al pedernal o eslabón, toda una revolución que mejorará el aspecto y la
seguridad en la fabricación de fósforos y otros materiales para hacer luz.
Esta fábricas que comienzan con la
fabricación de estas “cerillas fosfóricas” se sitúan en un principio en
edificios religiosos desamortizados a partir de 1835, como son el convento de
los Capuchinos regentada por Juan García Jiménez o el ex convento de San José,
fábrica de fósforo de Mariano Ramiro. También en la iglesia de Santa Lucía de
Salvador Pérez Gisbert, uno de los mayores empresarios de este género en
Sevilla.
Fotografía del empresario Enrique
Ramírez Pérez t y sus siete vástagos
Sin embargo, estas nuevas fábricas
también implicaban peligrosidad; se habla de la fábricas de velas y bujías
esteáricas de José Carreño Somonte, que explotaba las marcas de la Luna y La
Estrellas, contaban con enormes calderas de vapor ya que había mucha demanda
entre la población.
También había un problema de
toxicidad entre los empleados, un tipo de enfermedad llamada “fosforismo” que
afectaba produciendo vómitos y deposiciones continuas. Tal fue su toxicidad que
existía la posibilidad de suicidarse por envenenamiento de fósforo. Un suicidio
romántico y que acuñó la expresión de “irse a tomar fósforos”.